Ganabacoa, mayo 10 de 1960
Srta. Lucía González
Madruga
Mi novia:
Te saludo en nombre del Señor deseando que estés bien. Yo gracias a Dios estoy bien.
Lucía, recibí la carta que me enviaste a Cojímar; ya estábamos en Guanabacoa, pero me la trajeron hasta aquí. Mientras la leía, los hermanos que me observaba me preguntaron qué me decías que me hacía sonreír. De verdad yo sonreía, pero de dolor, porque estaba pasando por un momento de angustia y tu carta vino a aumentar mi sentimiento.
Lamento grandemente que esta carta de seguro te va a causar dolor a ti también. No te asustes por lo que te digo, vamos a mantenernos fuertes. Trataré de explicarte lo que me sucede.
Aunque yo he tratado de no demostrarlo, seguramente tú has notado últimamente en mí cierta frialdad. Esto no ha sido, como tal vez suponías, a que he dejado de quererte, o que haya flaqueado en mi propósito. Lo que sucede es que he soñado repetidas veces con dificultades para nuestra boda y esto me ha hecho actuar así. Supongo que recuerdas aquel sueño que tuve en Oriente, en que la boda fue interrumpida en el momento cumbre. Después tuve otros sueños de menor importancia que también te conté, y creo que te mandé a decir también lo que soñé dos veces en la misma noche estando en Mendoza. En aquel sueño tú habías venido de lejos para casarnos, pero yo no lo sabía y no tenía nada preparado. Se formó una gran confusión y tú te pusiste brava conmigo diciéndome muchas cosas y te volviste a ir.
Ante esos sueños yo me preocupé un poco y me puse en oración, pensando que tal vez alguna dificultad se aproximaba. Fue cuando te recomendé que tuvieras cuidado y oraras para que no hubieran incomprensiones entre nosotros. Más tarde, estando en Bauta, soñé que yo era tu novio, pero que no iba a casarme contigo, sino con Victoria Hernández, una mujer de Viñales. Yo pensaba en el sueño que eso no podía ser, porque yo era novio tuyo y además Victoria a mí nunca me habría gustado, y era mundana. La respuesta era que Dios la había cambiado para ser ungida. Este sueño es aquel por el que me has preguntado. No te lo había contado por no preocupante y porque yo mismo no quería aceptarlo como realidad hasta tener confirmación.
Ahora, estando en Cojímar, tuve otro sueño que me despertó y no pude dormir más. Soñé que Orestes me preguntaba qué cosa yo te había hecho, o mandado a decir, que tú estabas brava conmigo. Yo decía que era inocente de todo y en eso tú estabas llorando y me decías en alta voz, como de lejos: “Ya no te quiero. Yo no te quiero querer”. Yo pensaba que no tenía culpa de nada y podía demostrarlo, pero que era mejor callar porque todo eso era permisión divina para romper las relaciones.
Ante esta situación me puse a pensar qué debía hacer. Por una parte están estos sueños, que yo creo que son de Dios, y por otra parte está nuestro amor, que ninguno de nosotros quiere que se deshaga, ni hemos dado motivos para ello. Como no quiero tomar alguna decisión de mí mismo, le escribí al apóstol para que nos oriente, y si es posible ponga este asunto en oración. Le expliqué que entre nosotros no hay alguna causa, al menos que yo sepa, para romper las relaciones y le conté los sueños para que él los considere.
A ti y a mí nos resta ahora orar y esperar la respuesta para aceptarla con toda abnegación. Yo creo que no seremos novios mucho tiempo más, porque, o seremos buenos hermanos en la fe o buenos esposos lo más rápido posible.
No quiero que sufras, consuélate en pensar que esto es una prueba para nuestro amor, para que salga de ella más fuerte y más puro.
Procura que los demás no se enteren de esto; así, si es la voluntad de Dios que nos casemos, nadie sabrá que estuvo en peligro nuestro amor. No sufras, te repito.
Te quiere tu novio,
Ventura Luis
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